Esto no es un post cualquiera sobre qué ver en San Sebastián, es una historia sobre los hechos que acontecieron un puente de Mayo y que tuvieron como escenario principal a San Sebastián. Si nuestras sensaciones y nuestro estado de ánimo pueden cambiar la percepción de un lugar… ¿Qué imagen nos habremos llevado de San Sebastián? ¿será una relación de amor-odio?
DÍA 1: Jueves 1 de mayo
Todo empezó con un inoportuno virus estomacal nocturno que nos obligó a retrasar la salida hasta medio día, pero como no hay mal que por bien no venga, gracias a eso nos evitamos el habitual atasco de la carretera de Burgos en un Puente de Mayo. Aunque por otro lado, tuvimos que posponer los planes de la tarde para el día siguiente.
Después de unas 5 horas de trayecto con parada técnica incluida, llegamos a nuestro destino. San Sebastián nos recibió con un día gris y frío, más propio del invierno que de un primero de Mayo. Pero el Norte es lo que tiene, y la meteorología no iba a ser impedimento para disfrutar de las bondades de una ciudad que tanto nos habían recomendado.
Una vez instalados en nuestro alojamiento, un Bed & Breakfast en la playa de Ondarreta, nos planteamos la posibilidad de salir a tomar algo (sobre todo yo que soy un culo inquieto), pero había sido un día largo, y aunque el virus empezaba a remitir, no queríamos tentar a la suerte.
En las calles ya iluminadas caía ese “chirimiri” tan propio del Norte, y a lo lejos se escuchaba el rumor de las olas en un mar que se adivinaba encrespado.
Aunque había mucho que ver en San Sebastián tendría que esperar un día más…
DÍA 2: Viernes 2 de Mayo
Nos levantamos temprano en una mañana en la que el cielo se empeñaba en mostrar lo peor de sí. Uno de los planes que habíamos tenido que posponer era la visita al Balneario de la Perla, así que a las 11h. teníamos cita con el relax absoluto y no nos lo íbamos a perder por nada del mundo, aunque las circunstancias se empeñaron en lo contrario.
Para explicarlo mejor, llamaré a esta sucesión de acontecimientos “una serie de catastróficas desdichas”
DESDICHA Nº 1
Una de las cosas que menos me gustan de San Sebastián es lo mal que se aparca en el centro, y nuestro barrio no iba a ser menos. La dichosa zona azul estaba por todas partes, y aunque la tarde anterior tuvimos suerte porque era festivo, la suerte no estaba de nuestro lado esa mañana. Habíamos leído que cerca del Palacio de Miramar había una zona en la que se podía dejar el coche todo el día por unos 3 euros, un mal menor, así que nuestra intención era mover el coche antes de las 9:00, hora en la que había que sacar ticket del parquímetro. Pero ¡oh, sorpresa! cuando bajamos a la calle, un papelito mojado en el parabrisas nos hizo presagiar lo peor.
“¿Pero cómo es posible si sólo nos hemos retrasado 10 minutos?”
“Tranquila, que en Guadalajara te dejan un margen para anular la multa, y en cualquier caso, las multas en otra ciudad no suelen llegar”
“Pues más nos vale, porque son 90 euros…”
Pero como San Sebastián no es Guadalajara, de anular la multa “ná de ná”. Aunque la dueña del B&B muy amablemente nos había dicho como podíamos hacerlo (porque para complicarlo aún más estaba en euskera), finalmente la sra. agente de movilidad nos confirmó lo peor. Nuestra única posibilidad era pagar la multa antes del plazo indicado para ahorrarnos la mitad.
DESDICHA Nº 2
Una vez superado el disgusto, nos pusimos a la tarea de buscar esa maravillosa zona de parking por 3 euros (confirmado por la dueña del B&B y con sus indicaciones de cómo llegar). Pero por más que buscamos y buscamos, preguntamos y preguntamos… fue imposible encontrarlo.
Para colmo de males me había dejado el papelito con el teléfono de nuestra anfitriona y tampoco pudimos llamarla para que nos orientara. Finalmente preguntamos a un jardinero muy amable, que nos indicó una zona de aparcamiento ¡gratuito! aunque ya nos avisó de que quedaba “un poco lejos”.
No nos importó, porque con la tontería de la multa y demás ya habíamos perdido hora y media, y veíamos como la hora de nuestra reserva en el balneario se acercaba peligrosamente.
Al final, lo de “un poco lejos” resultó ser “muy lejos”, pero no teníamos otra opción y aparcamos allí. Recuerdo cómo bajamos esa interminable calle hasta el Palacio de Miramar y luego seguimos hacia la derecha bordeando la playa de La Concha. En medio de la playa vimos el balneario y apuramos el paso. El cielo amenazaba lluvia y por el camino me permití echar un vistazo al termómetro, ¡13 grados! Entre eso y el viento costero, sentir mis orejas empezaba a ser un lejano recuerdo…
Cuando ya pensábamos que la visión del balneario no era más que un espejismo, llegamos. Ese golpe de calor y olor a spa fue como llegar al cielo. Aunque nos habíamos pasado de la hora no nos pusieron problemas.
Nos dijeron que teníamos 2 horas gratis desde el momento en que pasáramos los tornos (cortesía de uno de esos famosos packs de regalo) y si queríamos estar más tiempo tendríamos que pagar un extra por cada intervalo de media hora. Nos pareció perfecto, y con nuestros albornoces en mano nos dispusimos a entrar al paraíso del relax.
DESDICHA Nº 3
Con las prisas, uno de esos incómodos gorritos de plástico que te obligan a llevar, se nos rompió. Menos mal que un simpático empleado nos trajo otro, eso sí, previo pago de 3 euros.
DESDICHA Nº 4
Parece mentira lo rápido que pasa el tiempo cuándo estás pasando un rato agradable. Las 2 horas pasaron volando entre chorros, piscinas y jacuzzis; pero ya que estábamos allí queríamos aprovechar y nos pasamos de la hora deliberadamente. A la salida pagamos el tiempo extra y nos dirigimos al alojamiento para adecentarnos un poco antes de salir a comer.
Pero la mañana había empezado mal y eso estaba provocando un efecto en cadena, porque lógicamente habíamos tenido que retrasar la hora de comer, con la consecuencia de que en los restaurantes cercanos ya habían cerrado las cocinas.
Solución: buscar al omnipresente McDonald´s. Pero ¿acaso hay algo más desafortunado que ir a San Sebastián y acabar comiendo en McDonald’ s? Pues eso.
¿QUÉ VER EN SAN SEBASTIÁN? COMIENZA EL IDILIO
Con el estómago lleno las cosas se ven mejor, así que algo más animados empezamos a callejear por el centro. Nuestros pasos nos llevaron a la Plaza de Guipuzkoa, rodeada por la sede de la Diputación Foral de Guipuzkoa entre otros edificios. Allí pudimos observar que sus agradables jardines, en los que se encuentra un estanque o un templete meteorológico-astronómico, son unos de los lugares de esparcimiento favoritos de los donostiarras.
Desde ahí llegamos a la c/ Oquendo, en la que se encuentra el Teatro Victoria Eugenia, y bordeándolo dimos con el río Urumea a la altura del Puente de Zurriola, lugar desde el que hay unas estupendas vistas del Palacio de Congresos Kursaal (aunque a nuestro parecer es un edificio bastante feo).
Empezamos a bordear la desembocadura del río por el Paseo de Salamanca, pero el viento no daba tregua, y lo que en otras circunstancias hubiese sido un agradable paseo, en ese momento era una lucha contra los elementos.
Era el momento de descubrir el encanto de la Parte Vieja. Desde la Plaza de Zuloaga que acoge al Museo San Telmo, se llega a la calle 31 de Agosto. Este curioso nombre tiene su origen en la época en la que San Sebastián estaba tomada por el ejército francés. Fue un 31 de agosto de 1813 cuando tropas anglo-portuguesas entraron a liberarla. Sin embargo, no fué lo único que hicieron, ya que también acabaron saqueando e incendiando la ciudad. De aquella tragedia sobrevivieron unos pocos edificios que se pueden ver hoy en día, entre los que se encuentran las basílicas de San Vicente y Santa María.
De inmediato se reconstruyó, imitando la antigua cuadrícula de calles ordenadas, y hoy en día, es en este barrio donde se concentra el mayor número de bares de pintxos, siendo además una de las zonas con más ambiente nocturno. Se podría decir que la Parte Vieja es el alma de la ciudad y un imprescindible que ver en San Sebastián.
En la Parte Vieja nacen varios caminos que ascienden al monte Urgull, y algunas de sus calles desembocan en el puerto, recuerdo de la importancia que siempre ha tenido el mar en la ciudad. Como no podía ser de otra manera, en el puerto se encuentran el Aquarium y el Museo Naval, y es el punto de salida del barco turístico “Ciudad de San Sebastián” que recorre la costa donostiarra, así como de las barcas que se dirigen a la isla de Santa Clara, en mitad de la bahía. Para mi gusto, toda la zona del puerto es de lo más bonito que ver en San Sebastián.
Bordeando el puerto llegamos hasta el Ayuntamiento y el parque de Alderi-Elder. Este edificio no siempre fue destinado a tal uso, ya que se construyó en 1882 para albergar el Gran Casino. Sus espléndidos salones fueron escenario de los bailes de la alta sociedad europea durante la “Belle Epoque”, pero tras la prohibición del juego en los años 40 se reconvirtió en sede del Ayuntamiento.
La luz de la tarde se iba atenuando poco a poco, y aunque habíamos comido tarde (más bien merendado) los estómagos empezaban a rugir, más aún ante la perspectiva de degustar los famosos pintxos.
La Parte Vieja está llena de bares y tabernas que exponen toda su oferta de pintxos en la barra para deleite de los paladares. Lo difícil es elegir, aunque conviene asegurarse de que muestran los precios a menos que quieras llevarte un bonito recuerdo de San Sebastián.
En la página www.gastronomiavasca.eu se puede encontrar información actualizada de eventos relacionados con el mundo del pintxo.
Cuando terminamos de “pintxear” ya había caído la noche. Habíamos caminado unos 500 metros cuándo Carlos recordó que nos habíamos dejado el paraguas en un bar. Cuando llegamos lo encontramos donde lo habíamos dejado, colgadito bajo la barra. Parece que nuestra suerte empezaba a cambiar…
De camino al B&B no pudimos evitar detenernos para disfrutar de ese regalo a la vista que es contemplar la bahía iluminada, con los últimos rayos de sol muriendo en el mar.

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