Tokio y yo no empezamos con buen pie. Se podría decir que no nos caímos bien la una a la otra. Todo comenzó cuando la noche anterior llegamos a la estación de Tokio procedentes de Kanazawa. Llegar a Tokyo Station, una de las más transitadas de Japón, después de haber saboreado la tranquilidad de una aldea tradicional en Shirakawa-go, fue como recibir una bofetada. que ver en Kamakura
Localizar la línea de metro que nos llevaría hasta la estación más cercana a nuestro alojamiento (Gotanda) fue relativamente fácil (después de 10 días casi habíamos alcanzado el nivel experto en coger transportes japoneses), pero cuando llegamos no hubo forma de orientarnos: ¿y ahora qué salida cogemos? ¿preguntamos? ¿y si salimos a la calle y echamos un vistazo?…
Mi GPS interno, ese que me hace capaz de caminar por una ciudad desconocida como si ya hubiese estado antes, decidió que ya había trabajado suficiente. De repente me sentí absorbida por un barrio ultramoderno en el que no podía dejar de mirar hacia arriba. Tokio había anulado mis sentidos.
Cuando ya creía que la mejor solución era coger un taxi (aunque probablemente el hotel se encontraba a la vuelta de la esquina), Carlos salvó la situación pillando por banda a un japonesito que llevaba el móvil en la mano. El chico, que a todas luces volvía del trabajo, metió la dirección del hotel en el GPS y nos hizo señas para que le siguiéramos. Gracias a él pudimos llegar al alojamiento, que aunque se encontraba un poco escondido entre tanto rascacielo, literalmente estaba a la vuelta de la esquina.
Por la mañana la cosa tampoco mejoró, y es que al salir del baño no recordé que tenía que bajar la cabeza y me di tal golpe que me quedé más confundida de lo que ya estaba (confirmado: los cuartos de baño japoneses son tamaño “pin y pon”).
El plan del día era visitar la cercana ciudad de Kamakura aprovechando que era nuestro penúltimo día de abono JR Pass. Kamakura es una ciudad costera que se encuentra a menos de una hora de Tokio, y cuya importancia reside en que fue la primera capital feudal de Japón (desde 1185 hasta 1333).
En el siglo XIV perdió su posición como centro político en favor de otras ciudades, pero su legado sobrevivió hasta nuestros días en forma de numerosos templos budistas y santuarios sintoístas ¡Te va a sorprender todo lo que ver en Kamakura!
¿QUÉ VER EN KAMAKURA?
EL GRAN BUDA DE KAMAKURA
No hay duda de que el Gran Buda o Daibutsu es lo más importante que ver en Kamakura. Con sus 11,31 metros de altura, el Amida Buda se levanta imponente en el que antaño fuera el templo Kotoku-in. La razón de que esté al aire libre es que el amplio salón que lo cobijaba fue destruido varias veces por tifones y arrasado definitivamente por un tsunami en 1495.
A pesar de la imponente figura del Buda (es el segundo más grande de Japón después del de Nara) yo me quedé un tanto indiferente. No sé si era el calor o el golpe que me había dado en la cabeza pero no conseguía reaccionar. Hablando en términos ciclísticos diría que me había dado “la pájara”. Y una bien grande, porque no tenía ganas ni de hacer fotos, y quien me conoce sabe que algo grave me tiene que estar pasando cuando no me apetece hacer fotos…
Pero a pesar de todo alguna salió…

El recinto del Gran Buda abre todos los días del año de 8:00 a 17:30 (hasta las 17:00 de octubre a marzo)
El precio es de 200¥ y ver la estatua por dentro 20¥
Se puede llegar cogiendo los autobuses 1 y 6 delante de la estación de tren de Kamakura hasta la parada Daibutsu-mae
EL TEMPLO DE HASEDERA
Bajando por la calle comercial de Kamakura camino al templo Hasedera sentí que iba reviviendo por momentos. Se ve que la ingesta masiva de bebidas azucaradas (o sea Coca-Cola) y de otras bebidas japonesas de composición desconocida, iban teniendo efectos positivos en mi organismo.
Aunque hacía un bochorno insoportable (sin lugar a dudas era el día más caluroso de todo el viaje), al llegar a Hasedera ya había recuperado el color y las ganas de hacer fotos.


El templo budista de Hasedera es famoso por albergar una estatua de madera de Kannon, la diosa de la compasión.
Pero para llegar hasta el pabellón que la cobija, el Kannon-do Hall, hay que subir un buen tramo de escaleras (el templo está construido en una colina). A mitad de camino se puede parar para ver un pequeño pabellón dedicado a Jizo, con cientos de pequeñas estatuas que protegen las almas de los niños no nacidos o muertos a una edad temprana.

Después de pasar 10 días en Japón habiendo visitado Kioto, Nara y Miyajima entre otros lugares, se podría caer en el error de pensar que todos los templos son iguales y que al final se terminan confundiendo unos con otros. Sin embargo todos tienen algo especial por lo que ser recordados. En el caso del Hasedera son 2 cosas: las vistas al mar, y la gruta de Benten-kutsu.

Esta cueva está dedicada a Benzaiten, la diosa del mar, y única deidad femenina de los 7 Dioses de la Fortuna Japoneses. Sus templos y santuarios siempre se localizan cerca del agua, y normalmente se la representa llevando una mandolina como patrona de la música y las bellas artes.

El templo Hasedera abre todos los días del año de 8:00 a 17:30 (hasta las 17:00 de octubre a febrero) y la última entrada es 30 minutos antes del cierre.
El precio es de 300¥
EL SANTUARIO DE TSURUGAOKA HACHIMANGU
Después de visitar Hasedera cambiamos de tercio y nos dirigimos a la otra punta de la Kamakura haciendo un breve trayecto en el tren de la línea Enoden desde la estación de Hase. Allí aprovechamos para comer y para visitar el santuario sintoísta de Tsurugaoka Hachimangu.


Fundado en el año 1063 por Minamoto Yoriyoshi, es el santuario más importante de Kamakura y está dedicado a Hachiman, el dios protector de la familia Minamoto y de los samuráis en general.

Una escalinata conduce hasta el pabellón principal, que contiene un pequeño museo. En muchos santuarios sintoístas y templos es frecuente observar a la gente atando papelitos en unas cuerdas. Se trata de los Omikuji, que no son más que tiras de papel que contienen predicciones que varían desde daikichi o buena suerte, hasta daikyo o mala suerte. Se cree que atando las tiras de papel las buenas predicciones se cumplirán, y la mala suerte se alejará.


A los pies del santuario hay dos estanques. Uno de ellos contiene 3 islas y simboliza al clan Minamoto. El otro por el contrario simboliza al clan rival, Taira, y contiene 4 islas.
En un país tan supersticioso como Japón pocas veces verás representado este número, ya que “cuatro” en japonés se pronuncia igual que la palabra “muerte”.
El santuario abre todos los días del año de 5:00 a 21:00 (desde las 6:00 de octubre a marzo). La última entrada es 30 minutos antes del cierre.
La entrada es gratis excepto el museo que cuesta 200¥
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