Conocí a Javier Colorado en la quedada viajera de minube en Fitur y me quedé impresionada con su historia. Estos son sólo algunos datos que me dejaron con la boca abierta:
Ha visitado 48 países
Ha recorrido 65.298 kilómetros
Ha viajado durante 1.159 días
Y no sólo me quedé admirada por su valentía al dar la vuelta al mundo en solitario sino que encima…¡lo hizo en bicicleta! Sí, casi tres años fuera de casa recorriendo el mundo con la única compañía de su bicicleta: su inseparable Bucéfalo.
Javier Colorado ha pedaleado bajo todo tipo de condiciones meteorológicas, ha sufrido temperaturas de -20ºC y 55ºC, ha vivido experiencias increíbles y otras no tan buenas, pero siempre siguió adelante y a día de hoy puede decir que mereció la pena.
Reconozco que su historia me inspiró mucho, y por eso quiero que tú también conozcas a Javier Colorado y su proyecto Colorado On The Road
Aunque llevabas mucho tiempo dando vueltas a la idea de recorrer el mundo en bicicleta ¿En qué momento algo hizo “click” en tu cabeza y decidiste lanzarte a cumplir tu sueño?
Con 20 años empecé a soñar con darme la vuelta al mundo. Siempre que pensaba en vivir esta experiencia me ponía muy feliz al imaginar la idea de descubrir, conocer, experimentar y de afrontar el reto de hacerlo sólo y en bicicleta. Así que tomé la decisión de hacer realidad esa felicidad. Terminé la universidad a los 25 años, hice mis practicas de empresa, ahorré algo de dinero, preparé el viaje lo mejor que pude y con 27 años me lancé a la aventura.
¿Te preparaste mucho físicamente antes de emprender la aventura?
Siempre he sido muy deportista. Una de mis pasiones son las maratones y he finalizado dos en Madrid. Me encanta correr y afrontar retos deportivos. La bicicleta también ha sido una de mis grandes pasiones, pero siempre la he utilizado como medio de transporte. La bicicleta me enseñó lo mucho que se puede disfrutar del camino, y a no solo pensar en la línea final.
Los medios de comunicación nos han creado la idea de que el mundo es un lugar peligroso y hostil ¿qué te ha enseñado tu experiencia?
Una de las lecciones más hermosas de esta experiencia ha sido comprobar que el 99,9% de la gente que he conocido tiene un corazón que no le cabe en el pecho. La hospitalidad es internacional, no entiende de cultura, religión o pasaportes, y lo que más choca es que cuanto más pobre y humilde sea el país, más hospitalarios son.
Un momento en el que pensaste abandonarlo todo…
El único momento fue en la cima de Los Andes peruanos, a 4.548 msnm. Se me juntaron muchas cosas al mismo tiempo.
Llevaba un par de semanas viajando sin dinero, me dio mal de altura, me dolía mucho la cabeza, me faltaba el aliento para subir cualquier colina, tenía diarrea y nada de comida, solo tenía agua y un gran cansancio acumulado. Me sorprendió una tormenta de agua nieve, hacía mucho frío, me quedé calao y rodeado por la niebla…en ese momento me hundí y solo pensaba en volver a casa. Pensé que si pudiera chasquear los dedos y con ello volver en un segundo a mi cama, calentito, con la sopita de mi madre, darme una ducha y jugar con mi perro, lo hubiera hecho. Empecé a visualizar tanto esa imagen tan acogedora que me di cuenta de lo mucho que disfrutaría las primeras semanas, pero después pensé: ¿Y luego que? Luego me arrepentiría por no haber seguido adelante y ese arrepentimiento me hubiera acompañado toda la vida. Así que me levanté, agarré a Bucéfalo y continué luchando. Ese día aprendí que Rendirse no es fácil.
Un momento en el que pensaste: “sólo por vivir esto ha merecido la pena todo el esfuerzo”…
Bufffff ha sido todo! Todo el viaje ha merecido la pena, lo he vivido todo, lo he sentido todo…sería tan larga la respuesta que solo puedo resumirla diciendo que todo ha merecido la pena, en especial África, un continente que me ha cautivado.
Un momento de locura…
Uno de los que más me gusta fue un momento que viví en Bolivia.
Desde el pueblo de Colchani puse rumbo al mayor desierto de sal y a mayor altitud del mundo, el Salar de Uyuni. A medida que me aproximaba al “acceso”, me di cuenta de que estaba totalmente inundado, pero conseguí superar el obstáculo a base de pedales.
En ese momento tenía 75 kilómetros hasta la Isla de Inkawasi, situada en el centro del desierto salado. La llanura era eterna, el suelo firme y la sal crujía bajo las ruedas. Mi mayor enemigo fue el fuerte viento en contra que soplaba constantemente, no presté atención a lo lento que avanzaba porque no disponía de ninguna referencia geográfica a mi alrededor y el viento frenó mucho mi velocidad.
Con el atardecer me escudé en la esperanza de que el viento dejaría de soplar con la oscuridad, y abarcar los últimos 20 kilómetros hasta la rocosa Isla de Inkawasi sin complicación alguna, pero no fue así.
En pocos minutos estaba rodeado por la más profunda oscuridad, la temperatura cayó en picado hasta bajo cero, el viento sopló con más fuerza y mi avance fue lento bajo la débil iluminación de mi linterna. El verdadero reto había comenzado.
Mi velocidad media era de 7 Km/h y necesitaba pararme a descansar cada 30 minutos, a ese ritmo tardaría tres horas y media en llegar a la isla. Me detuve totalmente agotado cuando estaba a 10 kilómetros de llegar a mi objetivo. Dejé tumbado a Bucéfalo sobre la sal y me senté junto a él para que me protegiera del helado viento. Abrí una de sus alforjas y saqué una lata de cerveza que había reservado para celebrar una victoria que aun no había llegado. Apagué la luz de mi linterna y dejé que la oscuridad me envolviera por completo, estaba desesperado y sabía que dormir en la llanura era una invitación a la hipotermia. Dando el primer trago de cerveza alcé la cabeza y me quedé embobado con un espectáculo irrepetible, millones de estrellas, polvo cósmico y constelaciones saludándome. Comencé a reír a carcajadas, me levanté emocionado gritando al infinito mientras saboreaba la cerveza de la victoria.
En ocasiones olvidaba la gran aventura que estaba viviendo debido a la dureza de los retos que enfrentaba, pero cuando recordaba por qué estaba allí, por qué lo hacía, la adrenalina explotaba en mí y no podía dejar de sonreír.
Cuando levanté a Bucéfalo del suelo, lo hice convencido de mis dos opciones, llegar a la Isla de Inkawasi o llegar a la Isla de Inkawasi. A pesar del cansancio de la dura jornada, pedalee los últimos kilómetros con más fuerza que cualquier otro del día. Una inmensa roca se alzaba en la planicie salada, y con ella un refugio que frenaba el viento y me proporcionó el campamento perfecto para dormir sin congelarme. A la mañana siguiente pude seguir dos tradiciones de los cicloviajeros, tomar una foto utilizando la distancia como efecto visual y también pedalear desnudo.
¿Qué consejo le darías a todos aquellos que tienen un sueño, sea el que sea, y no se atreven a dar el paso?
Todos nacemos con dos vidas, y la segunda empieza cuando nos damos cuenta de que solo tenemos una. Cualquier día es un gran día para empezar a luchar por un sueño, solo hay que despertarse por la mañana y decir: “Hoy voy a por ellos”.
Supongo que en tu vida hay un antes y un después tras dar la vuelta al mundo ¿cuáles son tus próximos proyectos?
Tengo muchos en mente, pero solo puedo desvelar el próximo. El 1 de abril viajaré a Sudamérica para cruzar el Amazonas en una canoa de madera.
Si quieres saber más sobre Javier Colorado y su vuelta al mundo no te pierdas su página web: www.coloradoontheroad.com
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¡¡¡Gracias Javier y suerte en todas tus aventuras!!!
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