Nos despedimos de Kioto un lunes 17 de agosto por la mañana. Era el momento de cerrar una etapa del viaje, la que nos había llevado por el Japón más ancestral. Kioto, que con sus miles de templos constituye un legado viviente de la historia, cultura y tradición de Japón, había sido nuestra introducción en el país del sol naciente, y esa primera impresión no se olvida. Ahora tocaba decir adiós para seguir descubriendo Japón con una mochila a la espalda, pero el destino no podía ser más inspirador: el castillo de Himeji, el más visitado de Japón.
A pesar de que habíamos metido lo justo y necesario para 5 días, las mochilas pesaban lo suyo, o tal vez nos lo parecía por la falta de costumbre. Así que ante la perspectiva de caminar durante 15 minutos hasta la estación de tren más cercana para luego ir de pie en un vagón abarrotado, decidimos que lo más cómodo y rápido sería pedir un taxi hasta Kyoto Station.
Como serán los japoneses de eficientes que en el tiempo que tardamos en subir a la habitación y meter las últimas cosas a la mochila, al taxista ya le había dado tiempo a llegar. Cuando bajamos de nuevo a la recepción nos encontramos a un señor trajeado que más que un taxista parecía un conductor de limusinas, y que sólo nos hizo una pregunta: “¿shinkansen?”
Y es que los shinkansen son los famosos trenes bala que conectan las principales ciudades del país en un tiempo record. Pero ya habría tiempo de conocerlos, de momento teníamos que llegar a la estación principal de Kioto sorteando el tráfico que había a esas horas, e incluso las obras. Aunque viendo las vallas que utilizan para señalizar me atrevería a decir que Japón es el único país del mundo donde las obras te hacen gracia 😀 😀

Cuando vimos que el taxista pasaba de largo la puerta principal de la estación nos extrañó un poco. Pero cuando nos dejó justo delante de la puerta que accedía directamente a los trenes bala entendimos el porqué. Eficiencia japonesa en toda regla.
Aunque íbamos un poco apurados de tiempo, activamos los abonos JR Pass y localizamos el andén rápidamente. Todos los trenes se anuncian en unas pantallas informando del andén, destino y hora de salida, que coincide exactamente con la información de la web de Hyperdia. Si aún así tienes dudas, pregunta a cualquier empleado de la estación que te informará amablemente.
Como teníamos el asiento reservado nos dirigimos hacia el lugar donde pararía nuestro vagón, perfectamente señalizado en el suelo con una pegatina. A la hora exacta, y en el sitio exacto, se abrieron las puertas del primer tren bala que cogeríamos en Japón.

Eran las 9:16, y tras hacer un trasbordo en Osaka, cogeríamos otro tren hasta nuestro próximo destino: la ciudad de Himeji.
EL CASTILLO DE HIMEJI O EL CASTILLO DE LA GARZA BLANCA
A las 10:14 minutos, la hora establecida, llegamos a Himeji. Como no queríamos cargar con las mochilas, buscamos unas taquillas donde guardarlas hasta nuestro regreso.
Es muy común encontrar taquillas en todas las estaciones de tren importantes de Japón. Las hay de tres tamaños: grandes, medianas y pequeñas, con precios de 700¥, 500¥ y 300¥ respectivamente. Aunque al principio nos costó un poco entenderlo, el procedimiento es muy sencillo. Se busca una taquilla que tenga la llave puesta (el problema es que casi todas suelen estar ocupadas), se introducen las monedas, y se cierra. Japón es un país muy seguro por lo que no hay peligro en dejar objetos en las taquillas, pero es muy importante no perder la llave para recuperarlos 😉
Himeji es una ciudad costera ubicada el sureste de Japón, en la prefectura de Hyogo, que pasaría desapercibida entre tantas otras si no fuera por su castillo.
El castillo de Himeji (Himeji-jō) ha sido declarado Tesoro Nacional y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, pero el título que luce con más orgullo es el de ser el castillo feudal más hermoso de Japón.

El nombre por el que se le conoce, el castillo de la garza blanca, hace referencia a la similitud que guarda con una garza a punto de emprender el vuelo.
Tal vez sea por el yeso blanco de sus muros, o más bien por sus curvadas y delicadas formas, pero lo cierto es que el castillo recuerda la elegancia de una garza. No podía existir nombre más apropiado.

Todo el complejo del castillo de Himeji se encuentra en un estado magnífico de conservación, porque a diferencia de otros castillos japoneses, el de Himeji nunca fue destruido por guerras (durante la Segunda Guerra Mundial la ciudad quedó reducida a cenizas, pero el castillo se salvó milagrosamente), terremotos ni incendios, y ha sobrevivido prácticamente intacto hasta nuestros días.
Las primeras fortificaciones se construyeron en el siglo XIV en un emplazamiento estratégico para defender a la entonces capital de Japón, Kioto. Con el tiempo los diferentes clanes fueron ampliándolo hasta que se terminó definitivamente en 1609.
Su ubicación en lo alto de una colina, hace que el castillo de Himeji sea fácilmente visible desde cualquier punto de la ciudad, por lo que para llegar desde la estación sólo hay que seguir la amplia avenida que conduce hasta él.
Después de sacar la entrada en la taquilla se entra por la puerta Hishi-no-Mon, aunque el resto del complejo se puede visitar gratis. Una vez dentro, nos encontramos con un recinto especialmente diseñado para defenderse de los ataques. Un auténtico laberinto de caminos, puertas y murallas, que tenían como objetivo ralentizar y confundir a los invasores para que nunca llegaran a la torre principal.

En sus muros hay 997 aperturas llamadas sama que servían para atacar al enemigo. Por la aperturas circulares se lanzaban flechas, mientras que por las triangulares y cuadradas se disparaba con arcabuces.

Las ventanas están cubiertas por una especie de celosías para lanzar flechas y repeler los ataques enemigos, y los muros de piedra se construyeron con una forma curvada llamada “curva en abanico” para dificultar su escalada.

Ya en el centro del recinto llegamos a la torre principal, formada por 6 pisos. El interior del castillo de Himeji está construido de madera, por lo que tuvimos que descalzarnos para visitarlo (aunque eso ya lo aprendimos cuando visitamos el castillo Nijo en Kioto)

Cada piso es más pequeño que el anterior, y se sube por unas estrechas y empinadas escaleras de madera, así que teniendo en cuenta la cantidad de visitantes que había ese día, en muchos momentos resultaba agobiante.
Pero llegar hasta arriba tuvo su recompensa, ya que hay una estupenda panorámica de la ciudad de Himeji, y se puede ver el castillo desde otra perspectiva, contemplando los detalles del tejado y los ornamentos en forma de pez que según la creencia protegían al castillo del fuego.

A pesar de su belleza, el castillo de Himeji fue el escenario de dramáticas historias. Como la de la princesa Sen, que fue casada a los 7 años, y cuando su marido se suicidó en la batalla de Osaka volvió a ser casada con el hijo del señor del castillo. Allí vio morir a sus 2 hijos, y después se retiró a Edo para convertirse en monja budista y pasar el resto de sus días llorando a sus seres queridos.
El castillo de Himeji abre todos los días del año excepto el 29 y 30 de diciembre.
El horario es de 9:00 a 17:00 (hasta las 18:00 desde finales de abril hasta agosto) y la última entrada es una hora antes del cierre.
El precio es de 1.000¥ y en periodos de gran afluencia como la Golden Week, vacaciones de verano o floración de los cerezos, se tarda entre 2 horas y 2 horas y media en visitarlo.
El cielo había amenazado lluvia durante toda la mañana, pero cuando regresábamos a la estación por la larga avenida parecía que en cualquier momento iba a estallar la tormenta, así que apuramos el paso. Sin embargo, no pudimos evitar detenernos al ver a un grupo de japoneses agachados en mitad de la calle con rasquetas en la mano. Y es que si nuestros ojos no nos engañaban estaban quitando la suciedad entre las baldosas… ¿se puede ser más limpio? 😲
Muy cerca ya de la estación entramos a comer a un restaurante italiano en el preciso instante en el que descargaba la tormenta. Allí hicimos tiempo hasta que amainó un poco, lo suficiente para que saliéramos disparados para coger nuestro tren bala hasta Hiroshima.
Los trenes bala son una gozada, no sólo son hiperpuntuales, sino que son comodísimos. Aunque son tan rápidos como nuestros AVE, tienen un punto a su favor, y es que los asientos son tan anchos y tan espaciosos que da la sensación de estar sentado en el sofá de casa. Un pasajero puede ir al baño pasando por delante de su compañero sin obligarle a levantarse, y además se puede llevar la comida de fuera y comer en el tren sin problemas, lo que permite ahorrar mucho tiempo entre viajes.
A las 15:50 partimos de Himeji con destino Hiroshima, donde llegamos a las 16:52. Pero no nos detuvimos allí, sino que en la misma estación cogimos un tren local que tardaba media hora hasta Miyajimaguchi, lugar de partida de los ferrys con dirección a una isla muy especial. ¿Quieres saber por qué la isla de Miyajima es el lugar que más te va a impresionar de Japón? Entonces no te pierdas el próximo post…
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